jueves, 26 de abril de 2012

Escuchame, se que lo que voy a decir no es tan interesante como lo que vos podrías decir, pero escuchame, por favor.

miércoles, 18 de abril de 2012

El camino se vuelve más borroso a medida que el tren avanza. Cae, un minuto más temprano que ayer, el sol. Volvés, como siempre, a la misma hora, de lunes a sábado. Siempre igual. Siempre igual menos hoy. No sabés bien por qué. Un único rayito de sol de este fin de tarde de Junio que está tibio como una caricia, la cara de paz de la persona que duerme enfrente tuyo, la canción justa, la cabeza de tu amiga apoyada en tu hombro, sí, la misma de siempre, pero no. Hoy no es igual. Todavía no encontraste el por qué. Se termina el tema y se escucha el ruido del tren, cerrás los ojos, tratando de develar el misterio. ¿Y si no hay misterio? ¿y si simplemente hoy es así? A lo mejor me acostumbré a estar mal y hoy abrí los ojos, pensás.  

viernes, 13 de abril de 2012

Superocho.

Ay, qué lindo es recordar pequeñas cosas tuyas como en super-8, grabadas en una película gastada, con una cámara inquieta. Te veo en colores un poco manchados, como en Submarine, ¿viste? Veo pequeños guiños de momentos felices: un viaje en subte, una noche de palabras y muchísimo frío en un balcón ajeno, una caricia en especial, un beso diferente y esa sonrisa de siempre. Me llenás el corazón.

lunes, 9 de abril de 2012

Iridiscencia

Te juro que no me entendí en ese entonces y no me entiendo ahora pero todo lo que hice, de alguna forma rara, fue a conciencia. Te miré a través de cristales, tu piel era iridiscente y sentí un hambre incontenible cuando tus ojos de avellana atravesaron los cristales que te juro, por un momento, sentí estallar. Y me atravesaste a mi también. A veinte metros de distancia tu mirada reptil me envenenó de cuerpo y alma. Si es que todavía tenía alma, si no me la habías robado. Fue un encuentro fugaz, mudo y violento, te juro que no entendí qué me impedía moverme esos veinte metros tortuosos y explicarte que me habías alegrado el día. Tu boca, a veinte pasos, me respiraba. Abrí la boca para respirarte también y en el tiempo que un par de ojos parpadea y un extraño se interpone entre los cristales sucios, el colectivo arrancó y desapareciste para siempre. Los pulmones se me llenaron de humo negro, los ojos se me embebieron en tu misterio y tu piel iridiscente. Y tu boca que me respiraba, y tus ojos de avellana. Y por supuesto, no te vi más.