domingo, 19 de agosto de 2012

Sábados a la 13:15hs.

Viene de acá.
Pasaron dos sábados lluviosos y horribles en los que tomé el mismo colectivo en la misma parada, saliendo de mi casa a la 13:15hs. y no te encontré. Fue un bajón. Ya me estoy resignando, eras demasiado para ser real. De a poco tu cara es cada vez más borrosa, se mezcla con otras caras conocidas. Trato de agarrarme a los bordes del recuerdo y traerlo, abrazarlo. Los ojos, la media sonrisa, las manos, el libro. Todos borroneados por la lluvia esta que parece que no va a parar nunca.
Seamos sinceros, no puedo dejar de ilusionarme cada vez que me tomo ese que ahora es el colectivo más triste en el que viajé. No lo hago intencionalmente, no voy a buscarlo. Pero cada vez que lo paro, cruzo los dedos y espero el milagro. No pasa, obvio. Tampoco me resigno, soy demasiado caprichosa como para resignarme. Algún día quizás te encuentre. Espero que sea pronto, lo antes posible. El agua de lluvia me está dejando unos charcos terribles en la cabeza. No quiero olvidarme, pero más me esfuerzo acordarme y más se me pierde tu cara. Ya te parecés a mi primer amor, a un cantante cuyo nombre no recuerdo y a un actor de comedias románticas.
Me da mucho miedo pensar que en algún momento me voy a olvidar de tu cara y te voy a cruzar otra vez pero ni me voy a dar cuenta de que eras vos. O a lo mejor sí, no se cómo funciona eso porque nunca me pasó. No, no, está bien. Voy a saber. Cuando se te vayan borrando los contornos y los rasgos y tu cara se convierta en un borrón, voy a saber que sos vos. Se que te voy a volver otra vez, aunque tenga que ser en sueños. Yo por las dudas cruzo los dedos cada vez que me subo al 172.

martes, 7 de agosto de 2012

Chiaroscuro.

Tenebris.
¿No es eso hermosa esa falta de limitación que hay en la oscuridad? El miedo a la oscuridad es miedo a lo desconocido, a lo eterno, a lo interminable. Nos sentimos aplastados por ese vacío que parece infinito, aún entre cuatro paredes. Donde no hay luz, absolutamente nada de luz, las paredes caen,  todo desaparece en una nada donde quedamos solos con lo que somos. Los monstruos y las sombras no son más que justificativos. Todo es nuestra cabeza. Tenemos miedo a la libertad. Tenemos miedo a nosotros mismos y lo que somos capaces de pensar cuando nadie mira.
Lux.
De todas formas, si a mi me preguntan, deberíamos tener miedo a la luz. A ver donde está el límite. A ver que existe un universo que quizás tiene fin. Porque yo no tengo miedo a esas voces que me hablan en la penumbra, estoy más que acostumbrada a ellas. Pero la luz es mala, la luz revela esa supuesta realidad de las cosas. Tenemos tanto miedo de nosotros mismos que nos molesta encontrarnos con lo que realmente somos. Tenemos tanto miedo que necesitamos cargarnos el cerebro viendo cosas innecesarias. ¡Pero que cómodo es saber que hay paredes, suelo y techo! ¡Que comfortable sensación esa de ver que uno está encerrado!

domingo, 5 de agosto de 2012

Claro que no lo hice, claro que no lo hiciste.

El ejemplar viejo y manoseado de ''La Caída'' de Albert Camus fue lo que me llamó la atención. Lo sostenían unas manos pálidas, grandes, de hombre y con esmalte saltado en las uñas. Esas manos me invitaron a recorrer todo lo demás. Caminé por tus brazos y tus piernas, cada detalle de tu ropa colorida, de esa funda que prometía una guitarra. Dejé la cara para lo último, a medida que el deleite crecía, trepaba por tu cuello, sin perder detalle de esa blancura, de cada lunar, de cada pelo. Llegué a tu cara seria, concentrada en la lectura. Labios apretados, que de tan tentadores eran casi obscenos. Estabas muy lejos de ahí. Varias personas me tapaban tu asiento de a ratos así que tuve que hacer varias maniobras discretas para tratar de meterme a ese pequeño mundo rebelde que prometías sin haber dicho nada., sin siquiera mirarme. Camus que decía que cada acto de rebelión expresa una nostalgia por la inocencia. Entendí eso cuando una nena se sentó al lado tuyo con un muñeco y vos no podías sacarle los ojos de encima, la mirabas con una ternura inmensa. Hasta le dedicaste una media sonrisa. 
La media sonrisa ya me había dejado bastante volteada y ciertamente no estaba preparada para lo que siguió. Hace quince minutos que viajábamos juntos, en esos quince minutos me había peinado unas veinte veces, había sacado y guardado cinco veces un libro y me había acomodado la ropa incontables veces. Si bién desde que advertí tu presencia esperaba conocer tus ojos y había planeado sonreirte. Como siempre me pasa, en mi cabeza me creo más ganadora y menos boba de lo que soy. Me miraste y no solo que no sonreí, sino que probablemente estaba poniendo alguna cara rara. Como sea, tenías unos ojos hermosos. Mirá que no soy fan de los rubios y sus ojos claros. Pero tus ojos eran enormes, de un azul perfecto. Cruzamos un par más de miradas, creo que te sonreí. O no, me bloqueé tanto que ni me acuerdo. Llegando a la media hora del viaje, se desocupó un asiento frente al tuyo al que me lancé en picada. Quizás ahí sí te sonreí tímidamente, de la única forma que me sale. Me causa mucha gracia haber estado convencida en algún momento de que quería sostenerte la mirada y sonreírte sensualmente porque realmente no soy capaz de ninguna de las dos cosas. El viaje llegaba a su fin. Sabía que ibas a bajar en Acoyte y Rivadavia, como todos los demás. Caminamos media cuadra juntos, te miraba cada tanto mientras cruzábamos Acoyte y me sentí invadida por la desesperación cuando vi que seguías para el lado de Rivadavia. Te miré una última vez antes de doblar y justo te diste vuelta. Me convencí de que era solamente una coincidencia y seguí caminando, aguantando las ganas de salir corriendo y buscarte, solo para decirte que eras lindo y luego correr a esconderme debajo de una piedra. Claro que no lo hice. Caminé hasta la parada del siguiente colectivo que tenía que tomar y esperé algún milagro, como ver que volvías corriendo. Claro que no lo hiciste. Esas cosas no pasan.