- ¿Alguna vez pensaste en que toda esta gente tenía una vida normal como vos y yo? - Ella miraba por la ventana del tren. Seguí su mirada y me encontré con tres hombres sucios que dormían en el piso de la terminal - Que endeble es todo, que rápido que pueden cambiar las cosas. De repente tenés un trabajo, techo, una familia y de repente no. ¿A dónde va todo eso? ¿Qué les pasó a esos hombres? ¿Por qué están acá?
La frialdad en la voz de Sofía resultaba perturbadora en contraste con la emotividad de sus palabras. Cecilia en sí resultaba perturbadora gran parte del tiempo. Diecinueve años, un metro ochenta y siempre de punta en negro. Era de contextura frágil, tenía la piel muy blanca, el pelo color caoba y en general una apariencia de poca salud. Jamás usaba maquillaje y salía en raras ocasiones. Estar en su compañía era casi como estar solo, con la diferencia de que sentía la presión de charlar de algo. Ella aparentemente no sufría los silencios incómodos. No sabía si sufría algo. A menudo mis intentos desesperados por ponerme a su nivel me llevaban al ridículo. Ella no se reía, ni siquiera contestaba.
- No se si es tan así.
- Me llama la atención las ganas de vivir de esta gente. Hay gente que decide dejar de vivir por mucho menos. ¿Alguna vez quisiste dejar de existir?
Su tono resultaba en extremo desagradable de a ratos. Era tan asquerosamente distante y tenía tan poco tacto que me daban ganas de sacudirla. Estaba seguro que ni siquiera se le aceleraba el corazón. Si es que le latía, claro está. Cuando escuché su pregunta tuve ganas de salir de ahí. Me miraba como si pudiera atravesarme y saber todo de mi. Creía que sus preguntas eran por cortesía porque sabía que ella no necesitaba preguntar nada.
- Oh. Me imaginé, era de esperarse- me dijo. Ni siquiera quise preguntarle por qué era de esperarse así que me limité a quedarme en silencio y tratar de pensar en otra cosa. Cecilia tenía además dos grandes cicatrices verticales en sus antebrazos que casi nunca se veían. No le pregunté jamás por ellas, sabía que la respuesta iba a ser una pared de silencio. Cecilia aparecía y desaparecía con la luz de la mañana. No sabía si era tangible o no, no me atreví a tocarla. Real era, eso es seguro. No quería verla más. Atravesábamos el campo y estuve pensando varias formas de tirarme por la ventana y no lastimarme. Por desgracia no se me ocurrió ni una.
1 comentario:
Amo a Cecilia, te admiro a ti.
Publicar un comentario