miércoles, 27 de junio de 2012
Ramos Mejía
Te hacés el chico malo, nene de Ramos. No lo sos, no sabés lo que es ser un chico malo pero igual te quiero. Te conozco como a la palma de mi mano, esa que buscaba el calor de la tuya en una placita de tu barrio. Fueron duras y casuales tardes de invierno con cigarrillos y café. Eramos chicos, incluso más que ahora y no teníamos las cosas claras. Bueno, ahora tampoco las tenemos. Eramos tan platónicos que nunca nos tocamos, no más que cuando mi mano rozaba la tuya en lo que vos creías que era accidental pero para mi era una artimaña muy elaborada. No te hagas el malo, volvé a esos meses helados en lo que me contabas de todas esas inseguridades. Nos vimos crecer y como suele suceder con la gente que crece junta, fuimos las ramas de un árbol, nos fuimos alejando hasta que la distancia que quedó fue insalvable. No se si recuerdo tu cara o tu voz, muchas veces creí verte pero me di cuenta que no. Me quedé con un sentimiento extraño y cada tanto, cuando estoy por tu barrio, me doy una vuelta por nuestra plaza y nos busco. Mirá, allá estábamos cuando me contaste que te daban miedo las arañas, en aquel banco fue cuando te toqué la mano y la dejaste ahí. Abriste mucho los ojos y te miré, fingiendo calma. Nos veo en todos lados y hasta me pregunto si vos volverás a ese lugar para hacer lo mismo. ¿Te mudaste? ¿Seguís ahí? Yo siento que seguís ahí, pensando en ese viaje a la playa que queríamos hacer.
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