Llovía tanto que no estoy segura de lo que vi. Pero te vi. Eras de gotas frías y tierra mojada. Eras de estrellas escondidas y te reíste. Y me reí de cuerpo y alma porque tu risa era contagiosa. Me estaba helando pero la vista era tan hermosa que no podía distraerme con algo tan intrascendente como lo era mi propio cuerpo. Estiré la mano pero al tocarte me arrepentí de haberlo hecho porque eras casi incorpóreo. Igual me reí y te reiste porque estabas ahí y yo estaba ahí también. ¿Te soñé? No, te vi, yo se que sí. Dejó de llover y floreciste, tu cuerpo de gotas y tierra se llenó de hojitas hasta que te volviste completamente verde. Eras de estrellas brillantes, de noche despejada. Te reías y me hiciste reir hasta llover. Me llené los pulmones de aire mojado y sentí flores azules creciendo desde el interior, abriéndose paso entre mis costillas, perforando la superficie de mi piel. No me dolió, había ramitas rojas, flores azules y brillo pálido. El cielo se empezaba a teñir de naranja, así que empezaste a correr y te seguí. Nos caimos entre risas, lluvia, naranjas, rosas, celestes y grises. Nos convertimos en uno solo de verde, marrón, azul y rojo. Volvimos a correr y de repente, volamos.
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