sábado, 25 de febrero de 2012

Descubrimiento

Y si, bastante pelotudo de mi parte el no darme cuenta. Es que a veces no te das cuenta, ¿sabés? Debería explicar bien las cosas, porque no estoy contando nada. Resulta que me enamoré. De un hombre. Mi mejor amigo. Si, lo sé, es cualquiera todo esto. Bueno, resulta que conocí a Lean en la primaria, siempre éramos los dos que terminaban en la dirección por no hacer nada en clase, íbamos a fútbol juntos, salimos a bailar por primera vez juntos, y casi que dimos nuestro primer beso juntos. No entre nosotros, claro. (Aunque más de una vez, mi cabeza me traicionó y me hizo soñar con eso) Pero no nos desviemos del tema. Cuando empezamos la secundaria, nos tuvimos que separar porque Lean necesitaba una escuela que le permitiera un enfoque más creativo que el que le brindaba una secundaria normal. Dibuja muy bien el pibe, cuando éramos más chicos, hizo un cuaderno con caricaturas de nuestros compañeros y profesores. Yo todavía lo guardo y recuerdo a mi compañero de banco mirando a todos y cada uno de nuestros compañeros, analizando los detallitos. Esa mirada ausente, los dedos siempre sucios de fibra, tinta o tempera. Bueno, pero volviendo a lo de nuestra separación, la relación no cambió para nada, que era algo que me daba mucho miedo. Nos juntamos todos los fines de semana, en su casa o en la mía, vemos películas, nos matamos en algún juego, escuchamos música, lo común. Estas cosas eran la antesala de lo verdaderamente interesante. Charlas muy profundas sobre la vida, el futuro, y lo que nos podría esperar. Cuando nos íbamos quedando dormidos empezaban a salir los secretos. Me contaba sus miedos, sus sueños, incluso me decía, de tanto en tanto, lo mucho que me quería. Y yo lo quería también. De la forma más pura del mundo, era un afecto sin nombre. Era más que mi mejor amigo. Era la única persona con la que me sentía cómodo siendo como verdaderamente era,  yo le lloraba por algun espacio vacío que me rompía la cabeza y él me consolaba. Y ya que hablamos de llorar, puede parecer una cosa chiquita, pero llorar adelante de otra persona siempre me pareció una muestra de vulnerabilidad bastante grosa. Yo solo lloraba con el y el a veces lloraba conmigo. Siempre me tocaba el pelo con esa misma mirada ausente que ponía cuando estábamos en clase. La única seña de que seguía ahí presente era que la birome de su mano hacía garabatos en la hoja. Pero no había entendido bien qué era lo que pasaba entre nosotros todavía. No entendía que me pasaba, por qué las flacas con las que salía no me entrentenían, por qué ninguna me duraba. Yo creía que no había encontrado a la mujer perfecta para mi. Ahora vamos a lo que nos importa. Lean nunca había tenido novia, se comía alguna íba cada tanto pero no pasaba nada más así que fue una sorpresa cuando me dijo que ese fin de semana no podía salir porque se tenía que encontrar con una piba. No tuve problema, pero me hizo un poco de ruido. Al fin de semana siguiente, me dijo lo mismo, me habló un poco de la flaca pero lo notaba bastante cortado. Ya había pasado un mes. Yo no la pasaba nada bien, sentía que me faltaba una parte. No quería comer, no me podía dormir, nada me inspiraba ningún tipo de alegría. Un día no me aguanté más y me fui hasta la casa de Leandro para saber que carajo le pasaba. La vieja me atendió de lo más bien, super contenta de verme pero con cara de preocupada. Entré al cuarto de Lean y estaba tirado en la cama.
- ¿Que hacés acá, Juan?
- Quiero que me expliques qué carajo te pasa, ¿estás metido en las drogas?
- No, boludo, no pasa nada. No te hagas tanto drama.
- ¿Y cómo querés que me ponga si hace un mes que no me querés hablar? Loco, nos conocemos hace como diez años y ahora de repente te re cortás. ¿Te creés que me chupa un huevo todo lo que pasó?
- Juani, es mejor que no hablemos. Creo que deberíamos dejar de juntarnos.
Se me cayó el corazón al piso. Ver a Leandro en la cama, completamente serio con el brazo derecho tapándole los ojos fue demasiado fuerte. Sin embargo, no podía entender del todo lo que me estaba diciendo.
- ¿Qué? ¿Por qué? No, no me podés hacer eso, yo no te hice nada malo. Creí que eras mi mejor amigo.
- Lo soy, Juan. Pero me pasan muchas cosas y no las entiendo bien. Traté de poner distancia para no hacerte mal, pero es peor, siento que estoy muriendo.
- Pero dejame ayudarte, Leandro. Vos sabés que siempre estuve para vos.
- No podés ayudarme.
- Si que puedo, dejame...
- Vos sos el problema.
- La verdad no entiendo qué mierda te pasa, no se. Pero bueno, si soy el problema, mejor me voy. Perdón, por lo que sea que haya hecho.
Me quedé mirándolo por unos segundos, limpiándome las lágrimas que no pude evitar. Queriendo no estar llorando enfrente de el, sino abrazándolo. No entendía nada de esto. El se sacó el brazo de la cara, se sentó en la cama y me miró, con una cara de ese dolor que nunca me mostraba. Convencido de que iba a ser la última vez que lo iba a ver, esperé un minuto más, mientras nos mirábamos fijamente. Esa mirada perdida de Leandro pocas veces se concentraba en mi. Pero cada vez que lo hacía, sentía un calorcito en el medio del pecho. Incluso ahora, que me sentía terrible. Me di vuelta porque no me quería poner a llorar otra vez. Apenas giré, Leandro habló.
- Te amo, Juani. Perdón por cagar las cosas así.
No entendí. No entendí el te amo. Estuve un minuto (o una hora) congelado, tratando de descifrar qué significaban esas palabras. Entendí, por fin entendí. Y como en las películas, vi pasar un montaje de todos los momentos lindos. No iba a haber una chica que me llenara el corazón como él. Me di vuelta y Lean tenía los codos apoyados en las rodillas y la cara tapada por sus manos, llenas de manchas de colores.
- ¿Hace cuánto lo sabés?
- No se, creo que siempre lo sospeché. Pensaba que en algún momento a lo mejor me iba a enamorar de una piba y todo esto iba a desaparecer. Pero no. Todo tiene tu cara. Todas las canciones son tu voz.
Me arrodillé adelante de la cama y le saqué las manos de la cara, me costó que me mirara pero cuando lo hizo, me sentí tan lleno que creí que de un momento a otro iba a explotar. Leandro siempre fue mi amor, que loco. Me reí, me reí un poco de felicidad, un poco de miedo.
- ¿Por qué no me lo contaste, pelotudo? No entiendo bien cómo va a ser todo esto, pero yo también te amo, Lean. No existe nada mejor para mi.
Le agarré la cabeza entre las manos, lo miré y si, bastante idiota de mi parte no haberlo entendido antes, pero bueno. Lo abracé y me devolvió el abrazo. Eso era todo, al final mi mujer perfecta resultó ser un hombre.

martes, 21 de febrero de 2012

Dirty old man. (Inglés/español)

I knew I’d find her there. I was too busy looking at her naked back from across the room when she turned around and looked at me. Her eyes were magnetic; before I could think of a reasonable excuse, I was dragged towards her. Pink, red and purple lights made her look shiny and magical. My common sense screamed in despair. Yes, she was very young, half my age, or less, but she was a woman. Maybe I could have been her father. But I wasn’t. It had been a long time since I had felt this wild kind of desire. I craved her, I wanted to devour each and every centimetre of her skin. I wanted to be soaked on her essence. She bit her lip and gave me a very childlike look. The waves of heat kept coming from my insides, my pulse couldn’t get much faster. She smiled. Oh lord, she was indeed a child, a dangerous one, I must say. I didn’t take my eyes off of the not so innocent girl while I pushed her against the nearest wall. I think this, her and me, was illegal in a considerable number of places. We didn’t care much.

-
Sabía que la iba a encontrar ahí. Estaba demasiado ocupado mirando su espalda desnuda cuando se dio vuelta y me miró. Sus ojos eran magnéticos; antes de poder pensar una excusa razonable, fuí arrastrado hacia ella. Luces rosas, rojas y violetas la hacían ver brillante y mágica. Mi sentido común gritaba de desesperació. Sí, era muy chica, tenía la mitad de mi edad, o menos, pero era una mujer. Quizás podría haber sido su padre. Pero no lo era. Había pasado un largo tiempo desde que sentí este tipo salvaje de deseo. La anhelaba, quería devorar cada centímetro de su piel. Quería estar empapado en su esencia. Ella se mordió el labio y me miró de una forma muy aniñada. Las olas de calor desde mi interior no paraban, mi pulso no se podía acelerar mucho más. Sonrió. Dios, era una niña, una muy peligrosa, debo decir. No le saqué los ojos a la chica no tan inocente mientras la aplasté contra la pared más cercana. Creo que esto, ella y yo, era ilegal en un considerable número de lugares. No nos importó demasiado.

jueves, 16 de febrero de 2012


Cada vez que viajo tengo la misma sensación: me estoy olvidando algo y no se qué es. Esta vez, cuando te miré a través de la ventana mugrienta del micro, entendí. Esa impotencia de no poder bajarme para llenarte de besos y abrazos aunque sea un ratito más. Lo que me olvidé en la terminal era una parte mía. Ponele que te dejé mi corazón o un pedazo de mi alma o algo así medio cursi, porque realmente se sintió como si me arrancaran algo. Estoy en la ruta y cada kilómetro me aleja un poco más. Uno, dos, tres, novecientos treinta y uno. Catorce horas al sur de ida, catorce horas al norte de vuelta. De Río Negro a Buenos Aires, atravesando La Pampa. Ahora vos estás en tu casa y yo en la mía. ¿Quién dice que estamos demasiado lejos? Hay que ser muy ingenuo para creer que vos y yo alguna vez vamos a pensar que una distancia entre nosotros es ''demasiado lejos''

sábado, 11 de febrero de 2012

Esperanza

Sentí las manos de cientos de condenados, esas manos podridas y sucias aferrándose a mis piernas, vi sus caras diabólicas, invitándome a escapar pero impidiendo que lo haga. Me arrastraban. Cada vez más adentro, cada vez más al centro de la tierra. El aire de ciudad tenía un dejo de azufre. Grité, sin emitir sonido. Traté de volver a juntar aire, pero era amarillo y cada vez más espeso. Intenté gritar otra vez y no me escucharon. Todos caminaban indiferentemente, como si no estuviera pasando nada, como si no hubiera un grupo de demonios llevándome al inframundo en el medio de una de las esquinas más céntricas de Buenos Aires. Caminaban, reían, lloraban, gritaban, pero ninguno por mi. Me di cuenta que ya no era presa de los espectros, sino de mi misma. Me quedé quieta, sabiendo que podía escapar pero sin probarlo. La mirada se quedó perdida, mi boca completamente relajada, el rostro ausente, las extremidades cayendo como bolsas de arena. Ya no estaba ahí. De otra forma, ¿cómo puede ser que nadie me viera? Me di cuenta que todo lo que yo amé ahora estaba pintado en una escala de grises. Y de repente, como de la nada, en el medio de la intersección, a mis pies, vi color. Rojo sangre, que al parecer me caía de algún lado, vi azul tinta, que caía de una pluma que tenía en la mano, vi blanco papel, verde hoja, amarillo sol y violeta de magia, esa magia que caía de algún lado, quizás esa era en realidad mi sangre. Los colores formaron un charco que cambiaba de forma, invitándome a entrar. Me asomé al borde y parecía mucho más profundo de lo que por lógica debería ser. Me arrodillé para ver más de cerca las figuras que se dibujaban a través de esa especie de velo. Cuando extendí mi mano para tocarlo, con reticencia al principio, sentí que la mancha se acercaba a mi, formando otro brazo que me agarró y me tiró para adentro de esa inmensidad cromática. Voces conocidas y no tanto, me pedían que me despierte. Ahí me di cuenta que mis ojos estaban fuertemente cerrados. Y caía. Caía o dormía.
Abrí los ojos y fue como salir de abajo del agua después de haber aguantado la respiración por mucho tiempo.